En agosto de 1958 el USS Norton Sound, junto a una extraña flota de guerra compuesta por nueve buques principales y diversos auxiliares, se dirigió al Atlántico Sur en dirección a la Antartida, cargado con mísiles modificados X-17 para portar bombas de fisión nuclear.
Participaban en la enorme expedición 4500 personas entre militares y científicos. Los medios de comunicación no habían recibido ni la más pequeña nota que advirtiera de aquella operación altamente secreta.
Tres terroríficas explosiones de 1,7 kilotones sacudieron el cielo virgen del antártico: el 27 de agosto estalló la primera cabeza nuclear W-25 a 160 kilómetros de altura (38,5 grados sur y 11,5 oeste); el 30 de ese mismo mes a 294 kilómetros (49,5 grados sur y 8,2 oeste) y el 6 de septiembre a 750 kilómetros (48,5 grados sur y 9,7 oeste).
Aunque estos datos parecen ser los más fiables, el secreto se sigue manteniendo. Según la fuente que consultemos veremos pequeñas o grandes variaciones en las fechas, la carga de las cabezas nucleares o los lugares y altitudes exactas.
El mundo entero sufrió los efectos de aquella devastación en el espacio. Fueron vistas auroras boreales en lugares imposibles, y la radiación cubrió el cielo del planeta del uno al otro confín, cayendo poco a poco al suelo.
Parecía que el secreto estaba bien guardado, hasta que el 19 de marzo de 1959 The New York Times denunció los hechos. No tardaron en aparecer una increíble cantidad de artículos que buscaban un “excusa científica” a tan tremendo atropello de los derechos de toda la humanidad y a haber puesto en peligro la salud de todo el planeta.
Pese al tiempo transcurrido, todavía hoy desconocemos las verdaderas intenciones de aquel proyecto. Cuando se les pidió, un año después de los experimentos, explicaciones a los militares, aseguraron que querían comprobar si el pulso electromagnético de las explosiones interferiría en las comunicaciones de radio, en la actuación de los radares, el control electrónico de los mísiles y en los futuros satélites espaciales.
Hoy sabemos que esta explicación es imposible, pues los efectos causados por el pulso electromagnético de una explosión atómica no se conocían todavía mientras el USS Norton Sound se preparaba y encaminaba a su destino. El uno de agosto de 1958 era lanzada una bomba W-39 de 3,8 megatones a 77 kilómetros de altura, sobre la isla de Johnston en el Pacífico. Nadie se esperaba el efecto que produjo la prueba bautizada como TEAK. El avión de observación militar recibió el efecto del entonces desconocido pulso electromagnético, viéndose obligado a aterrizar en Hawai "a ciegas" con todo su sistema eléctrico destrozado. Los sistemas de comunicación por radio fueron imposibles durante unas 24 horas, hasta tal punto que ni los propios militares sabían si sus compañeros en la isla estaban vivos. Una vez pasado el efecto de TEAK el primer mensaje que recibieron en la isla fue: "¿Están ustedes todavía ahí?.
El 12 de agosto era lanzada otra W-39 de igual carga a 43 kilómetros de nuevo sobre Johnston. La prueba, que recibió en nombre de Orange, no fue tan impresionante como TEAK.
Jamás han explicado con claridad qué intenciones militares se ocultaban detrás del proyecto Argus, limitándose a dar al mundo los artículos de "excusa científica" Tras todos estos años seguimos sin saber por qué hicieron tal experimento, lo que ha provocado toda clase de hipótesis, algunas de ella muy atrevidas. Pero fuese un experimento, o si se realizó por otro motivo ¿Merecía la pena poner en juego el futuro de la vida sobre la Tierra?
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